sábado, 30 de abril de 2011

El personaje en la narrativa (2)


En nuestra anterior entrega, primera sobre el elemento narrativo “personaje”, dijimos que: “El personaje no se puede pensar aislado del contexto en el que cobra “vida”. El personaje es parte de la trama y del argumento” Tratemos de aclarar esta cuestión.
Para ello, retomemos nuestra genial idea de hace ya varias entregas. Si recordáis se trataba de una historia cuya sinopsis, un poco transformada, era así: un chico conoce a una chica, se enamora, quiere “conquistarla” y tiene problemas. La cuestión que aquí trataremos es: ¿cómo daremos “cuerpo narrativo” a esta idea, teniendo en cuenta fundamentalmente la cuestión del personaje? Con palabras más concretas: ¿qué personajes y de qué tipo necesito para encarnar y desarrollar esta historia? Veamos:
– La narrativa tiene una concepción teleológica del ser humano, es decir, lo concibe como dotado de intenciones. El personaje desea, busca, persigue o aspira a algo. Ese “algo” podrá ser el poder, la riqueza, la paz interior o el amor, pero siempre será el motor y el desencadenante de sus acciones. Esta FUNCIÓN de desear, buscar, perseguir o aspirar a algo es parte esencial de cualquier fábula o historia.
– En nuestra historia ya tenemos a un personaje que cumple esta función de desear, buscar, perseguir o aspirar a algo: Juan. Debido al carácter central que tendrá el deseo de Juan en nuestra historia, Juan será el PROTAGONISTA.
– El deseo de un personaje tiene un objeto. Ese objeto puede ser algo abstracto o no personal, por ejemplo: un puesto de poder en la sociedad; pero también puede ser o encarnarse en un actor humano, por ejemplo: una amada o un amante.
– En nuestra historia, necesitamos un “actor” que cumpla la FUNCIÓN de objeto del deseo de Juan. Ese actor/objeto será la chica, llamémosla María. Ya tenemos, pues, un nuevo personaje: el ACTOR/OBJETO, María.
– En toda fábula o historia, la consecución del deseo del protagonista se ve impedida o dificultada. Una narración en la que el protagonista desea algo, va y, sin más, lo consigue, carecería de interés. Como ya dijera Tolstoi, las familias felices no tienen historia. Toda historia, pues, necesita de actores que cumplan la FUNCIÓN de poner en dificultades la consecución de los deseos del “héroe”, es decir, de oponerse a su objetivo.
– En la sinopsis de nuestra historia hemos dicho que Juan “tiene problemas”. Elijamos uno de la gama de problemas que podría tener nuestro enamorado héroe. Por ejemplo, la diferencia de clase: Juan es pobre; María, rica. Podríamos, en este caso, atribuir el papel de actor OPONENTE a la sociedad y sus prejuicios; pero, tarde o temprano, nos veríamos obligados a encarnar ese actor oponente en una figura humana. El propio argumento de nuestra historia, pues, nos exige una nueva función (la oposición) y un nuevo personaje (el oponente). Escojamos para tan vil papel al padre de María y llamémoslo Don Ernesto Urquijo.
– Autores crueles que somos, no contentos con la oposición de Don Ernesto Urquijo, buscaremos un nuevo oponente para nuestro atribulado héroe. ¿Y si el objeto de deseo de Juan fuese también el objeto de deseo de otro?, ¿y si ese otro fuera un hombre apuesto, rico y del gusto de Don Ernesto Urquijo? Nuestro sadismo creativo sonríe malévolamente ante tan original y perversa idea. Ni cortos, ni perezosos, introducimos un nuevo actor/oponente en nuestra historia: el ANTAGONISTA, llamémoslo: Enrique de los Botines.
– Un poco acongojados por nuestra maldad y consciente de la desigualdad de fuerzas en las que hemos arrojado a nuestro desesperado Juan, decidimos echarle una mano. En la mayoría de las fábulas e historias existe un tipo de actores cuya FUNCIÓN es ayudar al héroe en la consecución de su objetivo. Este tipo de actores son los AYUDADORES. Es el hada, el mago o el simpático animalillo de los cuentos infantiles, que con su varita mágica o sus sabios consejos AYUDA al héroe en las difíciles pruebas y lances a los que se enfrenta. Esta ayuda es siempre concreta y nunca esencial, es decir, le ayudará, pero esa ayuda no le bastará al héroe para conseguir el triunfo. ¿Quién podrá ayudar a nuestro apenado Juan que deambula por las calles entre suspiros y lamentos? ¿Qué tal un familiar, filósofo, amable y comprensivo? Llamémoslo, el Tío Paco ¿Y qué tal una amiga de María, audaz, moderna y de amplia cultura? Llamémosla, Lucía.
– No acabarían aquí nuestras posibilidades de introducir personajes en nuestra historia. Nos quedaría aún un tipo de personajes que no cumplen una función esencial, pero que son necesarios para el desarrollo y verosimilitud de las acciones de los personajes principales, así como un refuerzo para la caracterización del tiempo y del espacio de nuestra narración, es decir, del tipo de sociedad o ambiente en que se desenvuelve nuestra historia. Serían, por ejemplo, el camarero del bar donde suele ir Juan a remojar sus penas; el mayordomo del Señor Don Ernesto Urquijo; el orondo y silencioso chofer del apuesto Enrique de los Botines… serían los FIGURANTES.
En definitiva, vemos que en toda narración subyacen unas FUNCIONES, que esas funciones demandan unos ACTORES y que esos actores se encarnan, en su totalidad o en parte, en unos PERSONAJES. Esto era lo que queríamos decir cuando afirmábamos que: “El personaje no se puede pensar aislado del contexto en el que cobra “vida”. El personaje es parte de la trama y del argumento”
Continuaremos con el elemento narrativo personaje en la próxima entrega.