lunes, 7 de marzo de 2011

LA DESCRIPCIÓN (APUNTES DE NARRATIVA)


Describir es representar algo por medios lingüísticos, refiriendo o explicando sus distintas partes, cualidades o circunstancias. Se suelen diferenciar dos tipos de descripción: uno, la descripción utilitaria, usada en los libros técnicos y científicos, folletos de instrucciones, cuyo objetivo es didáctico, su estilo explicativo, su lenguaje denotativo y técnico, y trata de ser los más precisa y objetiva posible, para lo cual huye de cualquier ambigüedad o polisemia; y el otro, la descripción literaria, que es la que nos incumbe y que pasamos de inmediato a tratar.

1º.- El porqué de la descripción. Justificación de la descripción.

Como siempre que vamos a utilizar un recurso narrativo, nos debemos hacer la pregunta ¿por qué este recurso y no otro? La respuesta dependerá de lo que queramos decir. Si la descripción, por ejemplo, hace decir al texto todo lo que queremos que diga, es el recurso adecuado; si, por el contrario, no añade nada, desvía o confunde entonces lo mejor será desecharla. Por supuesto, este “consejo” es más fácil de decir que de aplicar. Tan sólo la reflexión, la prueba error/acierto, la práctica de la escritura y la lectura nos conducirán a un momento en que nuestro “oído” y nuestro “tacto” narrativos nos “digan” cuando es conveniente utilizar un determinado recurso y no otro. En cualquier caso, la descripción, como cualquier otro recurso que empleemos, debe estar justificada en y por el texto.

2º.- El qué de la descripción.

En la entrega anterior, nos referimos a la descripción para representar el espacio. Obviamente, no sólo se pueden describir espacios también se pueden describir personas, objetos, sensaciones, sentimientos, gestos, maneras, actitudes. En realidad, el “qué” de la descripción puede ser cualquier cosa o cualidad, concreta o abstracta, material o inmaterial. Sin embargo, debemos tener en cuenta que el “qué” que describimos es el “qué” que a nosotros nos interesa o queremos representar, independientemente de que exista de esa manera en la “realidad”. Así, la “mesa” que nosotros describiremos será la “mesa” cuyas cualidades nos convenga a efectos de lo que queremos narrar (dentro claro de lo verosímil o de la realidad compartida de “mesa”) Esa mesa que nos conviene podrá ser una mesa realmente existente, una mezcla de varias mesas realmente existentes o una mesa completamente imaginaria, esa no es la cuestión; lo importante es que esa mesa descrita por nosotros sirva para lo que queremos que sirva en nuestra narración (si es para esconder algo, será una mesa de despacho con cajones secretos, por ejemplo). Otro ejemplo, si describimos el sentimiento de tristeza, las características que le demos deberán corresponder con las de la realidad compartida “tristeza” (es decir, lo que cultural y socialmente se conoce y denomina “tristeza”), pero no, porque muchos de los que estén triste lloren, deberemos añadir a nuestra descripción la característica lágrimas, si no corresponde al carácter de nuestro personaje. Por supuesto, si queremos ser “realistas” o que el espacio que describimos sea identificable, describiremos, por ejemplo, una casa o un paisaje de forma acorde con su modelo en la realidad. En definitiva, la descripción es parte del argumento y está en función de él, no al revés. Esto no quiere decir que la observación atenta y detallada de las “cosas reales” no sea importante para una buena descripción; al contrario, cuanto más observadores seamos, mejor describiremos, porque más capaces seremos de sintetizar en una construcción expresiva lo esencial de una cosa (haciéndola visible y reconocible al lector) con la función que nosotros queremos que cumpla en la narración (haciendo sentir al lector el sentido de la cosa descrita).
Antes pues de describir algo debemos:
- Pensar la función de esa descripción en la narración (el por qué)
- Pensar en las características de ese algo como realidad compartida (el qué)
- Pensar en la manera de trasladar lo anterior a la forma lingüística ( el cómo, que tratamos a continuación)

3º.- El cómo de la descripción.

Imaginemos que queremos describir el salón de una casa. Obviamente, no podemos pretender mencionar todos y cada uno de los muebles y objetos, con todas sus particulares características, amén de las dimensiones, color de las paredes, material del suelo etcétera. De hacerlo así, no sólo aburriríamos al lector, sino que seguramente, por exceso de datos, se lo haríamos invisible, al igual que un cuadro con demasiadas pinceladas se convierte en una mancha de colores. Debemos, pues, proceder a una SELECCIÓN. Formulado – como siempre – en forma de pregunta el problema sería. ¿Qué elementos del salón trataremos lingüísticamente en el texto? Aquellos que nos sirvan a dos objetivos: uno, mostrar o hacer ver al lector el salón de forma que le parezca estar ahí; dos, mostrar o hacer ver al lector el significado y el sentido de la propia descripción. Es decir, nuestra selección de elementos debe comunicar al lector no sólo las características del salón y hacerle sentir una cierta “intimidad” con él, sino que debe decirle algo más que la distribución de los muebles y el color de las paredes, ya sobre la acción, ya sobre la narración, ya sobre los personajes. Sin embargo, una buena selección no asegura la visibilidad de lo descrito. Si, por ejemplo, saltamos de un sillón a una pared, de esa pared a la ventana, de la ventana, a la alfombra, para volver a la primera pared y mencionar un espejo, lo más seguro es que provoquemos una tortícolis en el lector y su incapacidad, subsiguiente, para seguirnos en más saltos y hacerse con una visión general del salón. Debemos, pues, no sólo seleccionar los elementos sino también darles un ORDEN. Pregunta ¿cómo los ordeno? De nuevo, la misma respuesta: el orden que permita al lector la visión del objeto que nosotros queremos que tenga. Para ello escogeremos un determinado ángulo desde donde mirar, por ejemplo, desde la puerta y desde lo más cercano a lo más lejano. Según los objetos y los espacios, y, sobre todo, según nuestra intención, podemos ir de arriba a abajo, de dentro afuera, de los general a lo particular, de lo real a lo imaginario… o viceversa. Aún en el caso de que queramos describir el “caos”, necesitaremos de algún “orden subyacente” que cree la sensación caótica. Por último, debemos dotar a la descripción de un ESTADO que podemos resumir en móvil o inmóvil. Así “algo” inmóvil puedes ser descrito desde un punto de mira móvil, lo que nos daría una descripción pictórica; “algo” inmóvil desde un punto de mira también inmóvil, esto es una descripción de tipo topográfico; o ambos elementos móviles de lo que surgiría una descripción del tipo cinematográfica. Por ejemplo, podemos describir una paisaje (Inmóvil) desde el punto de mira de un excursionista que desciende a un valle (sujeto móvil); o el mismo paisaje (inmóvil) desde el punto de mira de un observador quieto en lo alto de la montaña, inmóvil); o, de nuevo el mismo paisaje, batido por una tormenta (móvil). De nuevo, el mayor, menor o nulo carácter estático o dinámico que demos a nuestra descripción dependerá del sentido y el efecto que queramos transmitir y provocar en el lector.
Este último aspecto – el estado – nos lleva a tratar otro tema: la relación entre la descripción y la narración.

4º.- La narración y la descripción.

Decía Gérard Genette: “Es más fácil describir sin contar que contar sin describir; acaso porque los objetos pueden existir sin movimiento, pero no el movimiento sin los objetos”. También en ploan máxima podríamos añadir: la acción provocan cambios: es el mundo del verbo; la descripción implica permanencia: es el mundo de la substancia y sus calificaciones (substantivo, adjetivo, figuras retóricas) Sea como fuere, la cuestión es que contar, en buena medida, es una alternancia de acciones y descripciones. Esta alternancia no la debemos concebir como una mera sucesión acción-descripción-acción-descripción, puede (y debe ser) un intimo engarzar, imbricar y relacionar ambos términos. Así, por ejemplo, la descripción física de un personaje nos puede servir para introducir sus acciones; o la propia descripción provocar la acción; o la acción llevarnos a la descripción. Una combinación típica de acción-descripción es mover a un personaje por un determinado lugar y, con sus acciones e interacciones con los objetos existentes allí, ir describiendo dicho lugar.
La descripción, a grandes rasgos, cumpliría pues dos funciones esenciales en la narración:
1ª.- Nos serviría para mostrar – es decir: hacer ver al lector – lo que describimos (espacio, personaje, objeto…) y también para sugerir un “algo más” hacia lo que apunta (y justifica) la descripción (en los términos en los que hagamos, y no en otros) de ese espacio, personaje u objeto.
2ª.- Nos servirá para marcar el ritmo de la narración, acelerándola o desacelerándola con su utilización o no. Una descripción detallista y prolija detiene el ritmo de la narración. Por ejemplo, si deseamos crear “suspense” no escribiremos. “Entró en la habitación. El baúl estaba al fondo. Se acercó y lo abrió. Allí estaba lo que tanto había buscado”; por el contrario buscaremos desacelerar la acción para aumentar el interés y la curiosidad del lector. Para ello, podemos demorar la apertura del baúl describiendo cómo entra el personaje en la habitación, cómo es esta, cómo se acerca al baúl y, por último, cómo es ese mismo baúl.

5º.- Un resumen

Podríamos resumir todo lo dicho así:
- Si la descripción no está justificada en el texto, esa descripción no es necesaria.
- Si suprimiendo la descripción al texto no le “pasa nada”, es que esa descripción no está justificada.
- Una descripción está justificada en un texto cuando sirve a la narración para decir lo que queremos que diga.
- Una descripción justificada no es, pues, un adorno, sino que adquiere papel de personaje, esto es, dice “cosas” que los personajes de carne y hueso no desean o no pueden decir, o que la voz narrativa no quiere comunicar de forma directa o expresa.
- La descripción no es algo aislado o un paréntesis, sino parte de la narración. Así, en nuestro texto podemos describir, oponer o cambiar de espacios como forma de desarrollar la narración. Por ejemplo, si en la descripción del espacio en nuestro relato oponemos un lugar cerrado a uno abierto, significando con el primero opresión o seguridad y con el segundo libertad o miedo, estamos creando, a través de esas contrapuestas descripciones, un hilo narrativo que cooperará a la urdimbre de la narración. Una descripción es, pues, parte de la trama y el argumento.
- Toda descripción debe responder a una intención. Esto es, yo, autor, utilizo aquí el recurso narrativo de la descripción porque quiero conseguir este efecto, transmitir esta información, crear esta atmósfera, sugerir tal cosa, remarcar los ejes principales en torno a los que gira lo que quiero narrar y decir…
- La descripción es necesaria sólo cuando sirve para construir sentido y para hacer sentir al lector ese sentido.
Por último, un par de ejemplos de descripciones:

1º.- Descripción de un personaje

“Llega Merlo a la hora consabida y puntual. Viste un traje de dril, color garbanzo; zapatos de lona. Entra con la chaqueta y el cuello desabotonados. Por el escote de la camisa asoman, negras, flamígeras y culebreantes hebras de cabello, porque el abogado es hombre de pelo en pecho. El sombrero de paja en una mano, en la otra un abanico de enea, semejante a un soplillo, con que se airea el sudoroso rostro. Es más bajo que alto, rudimentariamente tripudo, la tez de un moreno retinto, los mostachos amenazando a Dios y a los hombres, los dientes iguales y blancos, los ojos a propósito para abrasar almas femeninas”. (Ramón Pérez de Ayala, Próspero Merlo)

2º.- Descripción de un lugar

“La heroica ciudad dormía. El viento sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles, que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina, revolando y persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles. Cual turba de pilluelos, aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo, se juntaban en un montón, parábanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegados a las esquinas, y había pluma que llegaba a un tercer piso, y arenilla que se incrustaba para días, o para años, en la vidriera de un escaparate, agarrada a un plomo”. (La Regenta; L. Alas Clarín)

Ramón Qu

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