lunes, 7 de marzo de 2011

EL TIEMPO EN LA NARRACIÓN


El tiempo en la narración (apuntes de narrativa 1, 2, 3, 4 y 5)
(Como ha comenzado un nuevo curso, hemos decidido reeditar los apuntes de narrativa publicados el año anterior. Hemos reunido las entregas por elementos narrativos. Así esta primera versará sobre el tiempo. El objetivo es retomar en breve los apuntes que quedaron "detenidos" en las entregas sobre el "Personaje" y reanudar la serie con el estudio de nuevos elementos narrativos)

Vamos a empezar con una definición. Una definición que no trata de ser académica, ni de captar alguna supuesta esencia del objeto definido, sino que sólo pretende incluir en ella todos o la mayor parte de los elementos que componen una narración para así facilitar la labor pedagógica que se tratará de realizar a continuación . Sería así:
Narrar es la creación de una voz que, con la intención de producir un sentido y un efecto en el lector, cuenta de forma expresiva y argumentada una historia de ficción centrada en un conflicto(s), situada en un espacio y un tiempo, encarnada en unos personajes y desarrollada a través de acciones entramadas que suponen un cambio.
Los elementos narrativos que podríamos extraer de esta definición serían:
- Voz.
- Intención.
- Sentido.
- Efecto.
- Lector.
- Contar.
- Expresividad.
- Argumento.
- Historia.
- Ficción.
- Conflicto.
- Espacio.
- Tiempo.
- Personajes.
- Acciones.
- Trama.
- Cambio.
Nuestro propósito es ir analizando uno por uno estos elementos. Quede claro que la “individualización” de dichos elementos sólo es válida en el nivel analítico y a efectos pedagógicos, pues, en la “realidad” (Esto es: en el texto) los elementos mencionados siempre se dan en inseparable unidad.

1º.- EL TIEMPO.

A) Tiempo y narrativa.

“¿Qué es, entonces el tiempo? Si nadie me pregunta, lo sé; si quiero explicárselo a quien me lo pregunta, ya no lo sé”, escribía Agustín de Hipona en sus Confesiones. Comentario con el que reflejaba agudamente una paradoja: “sabemos” lo que es el tiempo en cuanto vivencia, dejamos de “saberlo” en cuanto tratamos de expresarlo lingüísticamente. Como experiencia el tiempo lo vivimos a modo de una segunda piel, pero si tratamos de captar su “esencia” a través del lenguaje se torna escurridizo, inaprensible, inefable. Se diría que el lenguaje encuentra sus límites cuando trata sobre el tiempo.
Normalmente, se suelen distinguir dos tipos de tiempo. Un primer tipo respondería a la pregunta “¿qué es el tiempo?”; es el tiempo objetivo, el que estudia la ciencia, el tiempo mensurable, el tiempo del “tic-tac” del reloj, el tiempo absoluto de Newton o el tiempo cuarta dimensión de Einsten. Un segundo tipo respondería a la pregunta “¿qué es lo que sentimos del tiempo?”; es el tiempo subjetivo, el tiempo “experiencial”, el tiempo, por utilizar un palabro, fenomenológico; el tiempo, por ponernos rapsódicos, del “tic-tac” de nuestro corazón.
Cabría proponer un tercer tipo de tiempo. Este tercer tipo respondería a la pregunta ¿qué es lo que nos pasa en el tiempo?, y trataría de unir los dos anteriores, el tiempo objetivo del “calendario” y el tiempo subjetivo de la conciencia. Sería el tiempo como marco, teatro o arena de las acciones humanas; sería el tiempo de la Historia como narración de los hechos pasados; sería el tiempo de nuestras narraciones cotidianas cuando contamos al otro nuestras experiencias; sería también el tiempo de las narraciones que aquí nos interesan: las narraciones como prácticas especializadas “literarias”, más en concreto, la novela, el relato y el cuento.
Una narración es un proceso, y los procesos se dan y son tiempo.
Una narración es un cambio y no hay cambios sin tiempo.
Una narración es una interpretación del tiempo, una “encarnación” del tiempo, una resimbolización de nuestra experiencia temporal (P. Ricoeur)
Una narración está hecha de tiempo: ES tiempo.


B) El tiempo EN la narrativa.

En apartado anterior, hemos hablado de forma breve del “Tiempo y la Narrativa”; en este trataremos sobre el “Tiempo EN la Narrativa”, es decir, de las características y el uso del “elemento narrativo tiempo” en novelas, relatos y cuentos. Analizaremos tres aspectos esenciales: la selección, el orden y la duración.
1º.- Selección.
Imaginemos que tenemos una idea genial para una narración. La idea sería algo así como: “Chica y chico se conocen, se enamoran, tienen problemas y, al final, se casan” Aquí tenemos la sinopsis de una emocionante historia.
En principio, podríamos decir que el recorrido temporal que hace la historia sería desde el día en que se conocen, hasta el día en que se casan. Por supuesto, también podríamos añadir la vida pasada del chico y la chica, con lo que el recorrido temporal total de la historia sería desde el nacimiento de nuestros protagonistas hasta su boda.
Es evidente que no podemos narrar todo este recorrido temporal. De hacerlo, nos encontraríamos en la situación de aquel cuento de Borges, en el que se pretendía hacer un mapa de China tan detallista y preciso que el mapa acabó siendo tan grande como la propia China. Por lo tanto, algunos segmentos del recorrido temporal total de la historia los callaremos, otros los mencionaremos de pasada, otros los trataremos en profundidad. Del recorrido temporal total de la historia, pues, sólo pasarán al texto unos determinados segmentos temporales (por ejemplo, la escena en que el chico y la chica se conocen: una tarde lluviosa, en un bar, se tropiezan en la entrada, los apuntes de ella caen desparramados por el suelo…). Es decir, no vemos obligados a hacer una SELECCIÓN.
Una adecuada selección de los segmentos temporales es fundamental para el buen funcionamiento de la narración (aunque, si está bien tratado, a cualquier segmento temporal se le puede “hacer” adecuado). ¿Cuál es el criterio para dicha selección?
- Seleccionar los segmentos temporales que hagan avanzar la narración en la dirección que tú (escritor) quieres.
- Seleccionar los segmentos temporales más significativos en orden a construir el sentido que tú (escritor) quieres.
Una adecuada selección de segmentos temporales requiere, pues, saber, no sólo los hechos, sucesos, acciones, peripecias… que vamos a contar (historia/trama: chico y chica se conocen, se enamoran, tienen problemas y, al final, se casan), sino también qué queremos contar con esos hechos, sucesos, acciones, peripecias… (argumento/sentido: qué idea del amor, de las relaciones humanas, del otro, de la resistencias de la sociedad a determinadas relaciones etcétera queremos expresar). Una narración no es únicamente lo que PONE – hechos, sucesos, acciones, peripecias… – sino lo que DICE – el sentido que queremos expresar con lo narrado – Por lo tanto, es fundamental saber lo que queremos DECIR con lo que contamos para hacer una adecuada selección de los segmentos temporales – y en realidad para tomar la totalidad de las decisiones narrativas que requiere una narración: punto de vista, caracterización de personajes, tratamiento del espacio etcétera –

2º.- Orden.
Cuando se habla del orden temporal en la “literatura” es típico recurrir a un ejemplo tomado de la Ilíada. Utilizaremos una versión en prosa para facilitar la cuestión. Veamos:
“Canta, oh, diosa, la cólera de Aquiles, hijo de Peleo, tan funesta, que a los aqueos valió sufrimientos sin cuento y arrojó al Hades a tantas almas valientes de héroes y los hizo presa de los perros y de todas las aves del cielo… Desde el día en que una querella separó al hijo de Atreo, protector de su pueblo, y al divino Aquiles. ¿Cuál de los dioses los incitó a esa querella y batalla? El hijo de Letona y de Zeus. El fue quien, enojado con el rey, hizo al ejército presa de una enfermedad cruel, que iba matando a sus hombres, y ello porque el hijo de Atreo había afrentado a Crises”
¿Cuál es el orden temporal en que son presentados los acontecimientos en EL relato? Podríamos establecerlo de la siguiente manera:
1º.- La cólera de Aquiles.
2º.- Las desgracias de los aqueos.
3º.- La querella entre Aquiles y Agamenón.
4º.- La peste.
5º.- La afrenta a Crises.
Pero ¿cuál es el orden cronológico en que se supone que los acontecimientos “realmente” pasaron?
Exacto: el orden temporal del relato invierte el orden cronológico (5,4,3,1,2). Vemos, pues, que en una narración no estamos obligados a seguir el orden temporal de los hechos, sino que podemos alterarlo, invertirlo, cambiarlo; podemos mezclar presente, pasado y futuro en un tiempo único; podemos recordar, profetizar, saltar del presente al pasado, del pasado al futuro, del futuro volver al presente; podemos continuar la acción, interrumpirla, interpolar esto, reanudar aquello; podemos, en definitiva, romper a discreción el suceder lineal del tiempo.
Así, según el orden temporal que escojamos, nuestra brillante idea de “chica y chico se conocen, se enamoran, tienen problemas y, al final, se casan” podríamos relatarla de varias maneras. Por ejemplo:
- En un orden cronológico lineal y “natural”, empezando por el momento en que se conocen, siguiendo por los “problemas” y acabando en el matrimonio.
- O, empezamos por el momento en que se casan y, luego, vamos retrocediendo en el tiempo.
- O, comenzamos en el “medio” – en uno de los “problemas”, por ejemplo – y avanzamos y retrocedemos en el tiempo a conveniencia.
- O…
Pero, ¿qué orden cronológico escogeremos? La “solución” es tan sencilla de decir, como difícil de realizar: el que más nos convenga para lo que queremos contar. Escribir es tomar decisiones; las decisiones narrativas se toman para resolver problemas; los problemas narrativos nacen del intento de convertir en material lingüístico una idea; la idea es nuestra idea, nuestra intención, lo que queremos contar y decir.
Ejercicio de meditación narrativa: ¿Qué variaciones sufriría nuestro relato dependiendo del comienzo que escogiéramos de los tres expresados más arriba?, ¿qué diferencias más notables habría entre ellos?

Por último, dos métodos (de nombres tremendos) para jugar con el orden temporal:
- Retrospección o analepsis: consiste en incluir en el relato información referida a un acontecimiento ocurrido.
- Prospección o prolepsis: se incluye información referida a un acontecimiento futuro. Se anuncia algo que va a ocurrir.

3º.- Duración.
Si os fijáis, en el acto creativo de llevar una idea al folio en blanco lo que nos van surgiendo son problemas narrativos. Estos problemas narrativos los podemos dar forma de pregunta, desde la más general: ¿cómo plasmo mi idea en palabras?, hasta las más particulares: ¿qué punto de vista escogeré?, ¿qué personajes?, ¿qué acciones?, etcétera. Para responder a estos interrogantes se emplean una serie de recursos narrativos. La elección de un recurso u otro siempre dependerá de lo que queramos contar. Un recurso narrativo, pues, será adecuado cuando coopere junto a otros en la construcción de la intención y sentido que deseamos dar a nuestra narración.
En lo que respecta al elemento narrativo tiempo, ya nos hemos topado con dos interrogantes: ¿qué selección de segmentos temporales haré? y ¿en qué orden aparecerán en el texto? Ahora podemos añadir otro: ¿qué extensión daré a los diferentes segmentos temporales que ya he seleccionado y ordenado? O dicho más en plata: ¿cuántas frases, párrafos o páginas dedicaré a cada segmento temporal? Existen dos posibilidades:
1ª.- La aceleración. Se produce cuando se dedica un segmento breve del texto a un periodo largo de la historia narrada. Recursos principales:
- Narración sumaria: se sintetiza la información.
- Elipsis: se omite parte de la historia. A veces se sugiere mediante indicios. Puede actuar como puente entre dos situaciones o episodios alejados en el tiempo. Cuando es explícita, sus fórmulas suelen ser: “Tres días después”, “Pasaron muchos años”…
2ª.- La desaceleración. Consiste en dedicar un segmento largo del texto a un periodo breve de la historia. Recursos principales:
- La escena: presentación dramatizada de los hechos.
- La pausa: se interrumpe la acción intercalando descripciones.
- La digresión. Es similar a la pausa. Puede ser una reflexión que desvía o detiene la acción.
Si volvemos a nuestra genial idea de “chico y chica se conocen, se enamoran, tienen problemas y al final se casan” las preguntas que nos surge en el aspecto que aquí estamos tratando serían, por ejemplo: ¿Qué extensión daré al momento en que se conocen: breve o larga?, ¿construiré una escena?; ¿qué hacer con los días posteriores al primer encuentro?, ¿emplearé la aceleración recurriendo a sintetizar la información con una narración sumaria: “Fueron tres días de gran inquietud para nuestros héroes…”?, o ¿será mejor una elipsis del tipo se volvieron a ver tres días después?, o ¿debo hacer una descripción más pormenorizada de sus sentimientos, deseos e inquietudes durante tan “procelosos” días?...
Imaginemos que nuestro héroe es empleado de una empresa. Imaginemos que nuestra heroína acaba de entrar a trabajar a la empresa. Imaginemos que el jefe u otro trabajador los presenta. Imaginemos que ese primer encuentro es muy breve, del tipo de: “Fue al mes de su llegada cuando les presentaron. El apretón de manos duraría apenas dos segundos; luego, se separaron y cada uno fue a sus tareas” Aquí la duración del encuentro y la “duración” del texto son prácticamente iguales. Pero nosotros, como escritores, tenemos la posibilidad de “alargar” en el texto esos dos segundos de la “realidad”. Mediante una desaceleración, podemos expandir, profundizar, digamos, verticalmente esos dos segundos. ¿Cómo? Describiendo las manos y la forma en que cada uno la tendió; si el apretón fue fuerte y cálido o, por el contrario, breve y frío; lo que pensaron y sintieron cada uno al entrar en contacto sus manos… ¿Por qué? Porque con la descripción/ampliación de esos dos segundos queremos dar una información que creemos importante sobre los sentimientos de cada uno o sobre sus personalidades o sobre el futuro de esa relación que acaba de dar el primer paso.
Como veis todo lo que aparece en un texto debe estar allí por algo, “haciendo” algo; debe tener una justificación: dar una información nueva, hacer avanzar la acción, ir construyendo el sentido de lo que queremos narrar.

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